Este estado de pequeña gracia que nos toca

Quédese: acaricie esa mano y vuele debajo de sus dedos que lo asumen propio y nuestro. Apóyese sin cuidado en la cintura, no acomode nada y estremezca entre sus piernas el cabello de su joven. Ella no espera ninguna indicación y se acerca con prensencia, asentada entre sus dedos que le enseñan un vaivén circunstancial. Deja... canta... estropea unos lazos que habíamos colgado para la cena. Quédese cerca y no se engañe. Esforcémonos por enojarnos y no conciliar ningún otro encuentro. Más allá parecía nublado y nosotros acomodados nos placía el desencuentro. Quédese acá y termine su inquisición, no me deje con las manos desabridas y con el cuerpo facultado de dolor.

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