De la mediocridad, de la contemplación

Nos sentaremos y no podremos administrarnos la dosis de café necesaria para el insomnio. Qué verguenza, se decía él tratando de esquivar esa sonrisa boba, y de frente al señor de muñeca ágil para el entuerto de mesas. No hay más café. La avenida nos ruega salir y descansar sobre el cemento del monumento en andas. Hay más habitaciones disponibles sin nosotros: estos cuerpos enlodados antes de la seca y puestos a flotas ante tanta ausencia.

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